Quizás el gran reto del liberalismo sea transmitir aún mejor su mensaje, con la intención de que sea verdaderamente comprendido y entendido. Porque a veces resulta como un gran cajón de sastre al cual se le achacan todo tipo de males, mayormente los del intervencionismo más puro.
Incluso es curioso que muchos aún sigan pensando en los términos esbozados en los albores de las revoluciones burguesas, con la irrupción del Estado Constitucional.
Atendiendo a la óptica del Estado constitucional:
Primeramente aparecería el “Estado liberal de derecho”, que rompe con el absolutismo anterior. Cuyo propósito estribaba en proporcionar a los ciudadanos una serie de libertades individuales. Adoptando el gobierno un postura de no intervención en el ámbito privado de cada cual. De ahí la célebre frase “laissez faire, laissez paser” (dejad hacer, dejad pasar).
A continuación, con la industrialización, afloraría una nueva clase social, el proletariado. Quienes reclamaban su derecho a participar en la vida política, en pro de defender sus intereses en sede parlamentaria. Ya que hasta ese instante exclusivamente disfrutaban del sufragio un determinado número de personas, los más capaces económica y socialmente. Derivando tales reivindicaciones hacia la soberanía popular. Ese sería el comienzo del “Estado democrático de derecho”.
Actualmente el arquetipo vigente es el “Estado social y democrático de derecho”. Con él se persigue la igualdad entre los hombre, debiéndose proporcionar a aquellos que no alcancen los mínimos requeridos el acceso a ciertos derechos sociales básicos, como la sanidad o la educación.
En estos momentos se especula con una nueva generación de derechos, que será perentorio avalar: a la paz, al medio ambiente y a las tecnologías de la información y la comunicación.
Mas, como bien expuso Frédéric Bastiat, en su obra: “lo que se ve y lo que no se ve”, muchas de las nefastas consecuencias que acontecen, provienen mayormente de decisiones políticas. Que originariamente quizás se esbozaran con una excelente intención, pero que suelen acabar desembocando en una alteración del equilibrio de las fuerzas espontáneas del mercado. Perjudicando a unos y beneficiando a otros arbitrariamente.
No mostrándose factible valerse de esos supuestos derechos sociales que se exige proteger, y que todos defendemos, para engordar el tejido burocrático.
Ya que es la actividad privada la que genera riqueza y empleo. El Estado subsiste mayormente de nuestros impuestos, cantidades que de no ser retenidas, contribuirían a dinamizar las transacciones económicas entre los particulares.
Siendo esa la diferencia principal, en el mundo contemporáneo, entre políticas liberales y otras más intervencionistas. Buscando las primeras que no se use el aparato gubernamental como acicate de la política clientelar, lo que conduce inexorablemente al retroceso económico nacional, y por ende al social y cultural por escasez de recursos. Pero de ningún modo pretende retrotraer a la sociedad a cientos de años atrás.
Quizás sea este el mensaje que tengamos que transmitir reiteradamente. Además de erradicar la extendida creencia de que la actual crisis la produjo el liberalismo, y no el intervencionismo del Banco Central o el gubernamental en, por ejemplo, Fannie Mae o Freddie Mac, quienes se encargaron presuntamente de llenar el mercado financiero de activos tóxicos.
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